Por Elsa María Fríes
En el sendero del Raja Yoga, la iluminación no se concibe como un estado místico o inalcanzable, sino como una transformación consciente del ser. Es el despertar del alma a su naturaleza original: paz, amor, pureza, sabiduría y dicha. Para alcanzar este estado, el yogui cultiva tres cualidades esenciales: ecuanimidad, neutralidad y desapego. Estas no son meras actitudes filosóficas, sino herramientas prácticas que permiten al alma liberarse del sufrimiento y actuar con poder espiritual en el mundo.
La ecuanimidad es la capacidad de permanecer estable ante las fluctuaciones de la vida: éxito y fracaso, alabanza y crítica, ganancia y pérdida, es el silencio interior frente a la dualidad. Se entiende que el alma, al identificarse con el cuerpo y el mundo material, se vuelve vulnerable a las emociones reactivas. La práctica de la meditación permite al yogui reconectarse con su identidad espiritual, generando un estado de conciencia que no se ve alterado por las circunstancias externas.
Este equilibrio no es indiferencia, sino una profunda comprensión de que todo lo que ocurre es parte de un drama eterno, donde cada alma desempeña su papel. El yogui observa sin apegarse, sin juzgar, y sin perder su paz.
La neutralidad espiritual es una forma elevada de amor. No significa pasividad, sino la capacidad de actuar desde la conciencia del alma, sin dejarse influenciar por prejuicios, emociones o vínculos personales. El alma iluminada no se identifica con roles, ideologías ni relaciones temporales. Su visión es universal, basada en el respeto por la dignidad espiritual de cada ser.
Esta neutralidad permite al yogui ser un instrumento de paz en medio del conflicto, un faro de claridad en medio de la confusión. Al no tomar partido, el yogui se convierte en un canal de la energía divina, guiado por la sabiduría del Ser Supremo.
El desapego es quizás la cualidad más malinterpretada. No se trata de cortar vínculos o rechazar la vida, sino de amar sin dependencia. El desapego es amar desde la conciencia del alma, reconociendo que nada ni nadie nos pertenece. Todo es temporal, y el alma es eterna.
El yogui desapegado no se deja atrapar por el dolor ni por el placer. Vive con intensidad, pero sin esclavitud emocional. Este desapego le permite servir con compasión, sin agotarse, y retirarse cuando es necesario, sin resentimiento.
Cuando el yogui cultiva ecuanimidad, neutralidad y desapego, su conciencia se eleva. Ya no reacciona, sino que responde desde el alma. Ya no busca, sino que irradia. La iluminación, entonces, no es un escape del mundo, sino una forma de estar en él con poder, amor y sabiduría.
Desde la perspectiva del Raja Yoga, el yogui iluminado es aquel que ha conquistado su mundo interior. Vive en el mundo, pero no es del mundo. Su presencia transforma, su silencio sana, y su mirada despierta.

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