El día que salí a la calle,
ejerciendo el derecho que me otorgaba la restricción “pico y cédula”
establecida por el gobierno local, estaba en el supermercado haciendo fila para
pagar y mientras guardaba la distancia establecida por las rayitas pintadas en
el piso, aproveché para desarrollar mi agenda del día con los pensamientos
transformadores que había definido la semana anterior. Luego de unos minutos en
esta reveladora conversación interior, escuché la expresión de mi vecino
inmediato de fila, que por celular le decía a su interlocutor: “seguro se le corrió la teja, se la pasa
hablando solo, diciéndose cosas él mismo”.
De ahí en adelante, el hilo de mi
conversación interior se interrumpió mientras que el de mi vecino se enredó. Lejos
de mi agenda de pensamientos transformadores, así como también de la caja para
pagar, vino a mi mente la imagen de tantas personas que he visto por redes
sociales hablando solas, bailando solas, etc… y me dije: “siendo así, el coronavirus nos
desentejó a muchos, nos colocó en un “alto grado de locura”…
-“¡La siguienteee!” sonó como un coro de compradores desafinadamente
gracioso, indicándome que por fin había llegado mi turno de pagar. Aunque sólo
le dije “Hola, buenos días” a la
cajera y aunque las dos teníamos puesto el tapabocas hasta la nariz, nuestras
miradas se encontraron en la complicidad de la risa que a ambas nos produjo ese
efímero coro; y fue suficiente para iniciar una interacción amable, cordial, comprensiva,
de respeto y buenos sentimientos mutuos, que perduró hasta cuando dejé el
lugar.
Me fui caminando con la bolsa de
la compra en la mano, mientras sostenía en mi corazón la plenitud y alegría de
haber tenido un encuentro muy espiritual, de alma a alma, con aquella persona
que física y literalmente desconocía
pero que justo acababa de reconocer como un ser pleno de calidez, amabilidad,
diligencia, cooperación… Nuestros ojos achinados, revelaron las sonrisas del
alma y fueron más allá de lo que físicamente pueden ver, dando paso a las profundidades
de lo verdadero y esencial que ellos revelan: la energía espiritual que somos.
Y la forma en que interactuamos, expresó la belleza interior que cada uno es,
como ser espiritual, que luego se convierte en pensamientos y da paso a los
sentimientos y actitudes.
Así elaboré el sexto principio:
MI DECÁLOGO
DE PAZ Y FELICIDAD
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Re-defino y refino
mi lenguaje
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Como ser espiritual, dispongo del lenguaje más rápido y poderoso que
pueda existir: el de los pensamientos, los sentimientos y de los ojos. El
interruptor que los hace disponibles: la conciencia.
Es un lenguaje tan sutil, que necesito revisarlo constantemente para
asegurarme que lo estoy usando apropiadamente:
Mantengo en mi conciencia mi identidad espiritual; reviso continuamente la
clase de pensamientos que estoy teniendo; observo y registro los sentimientos
que estoy experimentando; reconozco el impacto de mi visión espiritual:
transformadora, pura y positiva, que eleva y dignifica.
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Y aquí un ejercicio práctico:
Por: Dora Lucy Guarín
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