El respeto verdadero hacia uno mismo no nace de la opinión ajena ni de los logros externos, pues ese respeto es frágil y pasajero.
La verdadera dignidad interior surge al reconocer que soy un ser único, con cualidades propias y un valor inherente.
Al comprender esta verdad, dejo de compararme y empiezo a valorarme desde el alma.
Cuando aprecio mi unicidad con honestidad y amor, me libero tanto del ego como de la inseguridad.
Ya no busco validación externa, y en esa libertad también reconozco la belleza singular de cada ser.
Así, el respeto fluye de forma natural, tanto hacia mí como hacia los demás, y el amor genuino comienza a florecer en mis relaciones.
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¿Estoy valorando mi verdadero ser desde el alma o sigo buscando mi valía en la mirada de los demás? Te escucho.
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