Mire las opiniones ajenas de las que usted depende: su esposo(a), sus hijos, primos, tíos, jefe, secretaria o quien sea. Imagine cómo van a verlo y como resultado usted se acomoda en consecuencia. Si usted depende de ello, sin lugar a dudas albergará siempre el miedo a ser aceptado. Querrá agradarles y los demás continuarán viéndolo como usted quiere que sea.
Debido a esa dependencia de aceptación y valoración de los otros, queremos agradar a toda costa. Si, en vista de hacer todo lo posible, ellos no nos aprecian o no son felices, qué hacemos? Estamos engañados!

Muy dentro, usted puede agradarles porque quiera mantenerlos dentro de su círculo de afectos o no quiere que lo excluyan. Este tipo de dependencia nos aleja de nuestra autenticidad. Si mira muy bien en su interior, al final los otros le observarán bien y aquel que no le observa como es, tal vez le esté enseñando algo (que su valor y autoestima no dependa de la mirada del otro).
El mundo está atrapado en el lodo de múltiples barreras (política, idioma, clase social, género) que nos han distanciado a unos de otros y de lo que nos es necesario para una sana existencia: amor, respeto, entendimiento, verdad y libertad.
Estamos asustados de amar por miedo a ser usados o admitidos, pero el amor de Dios es muy liberador. La visión de Dios sobrepasa todas las barreras físicas: cada alma es vista desde lo que es y de sus capacidades; nadie es condenado por su pasado, no mantiene expectativas ni requerimientos por algo.
Él tiene el convencimiento que el amor y los buenos deseos transformarán la negatividad en sus hijos.
El amor verdadero y los buenos deseos por otra alma son la semilla que producirá su fruto en el momento adecuado.
Dios es amor; Dios mira benevolentemente mi potencial y belleza (que Él refleja).
Dios me abraza y éste abrazo me libera.
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