En una situación ideal, los pensamientos que corren en mi mente deberían ser exactamente aquellos que quisiera que fueran. Necesitamos ejercer este control, puesto que lo poseemos pero no lo utilizamos o raras veces. Entre más me encuentre involucrado en mi rutina diaria, mayores pensamientos tenderán a las reacciones de lo que ocurre en nuestro exterior.
Esto sucede cuando éstos están fuera de control y nuestras vidas pasan sin enfoque. Como resultado las cosas no funcionan de la manera que desearamos. Así desarrollamos el hábito de culpar a los demás, las circunstancias o el justificar nuestro dolor al decirnos a nosotros mismos que no somos dignos o capaces de lograr algo.
El problema viene ya que ambos son máscaras que nos previenen de encontrar soluciones a largo término. De esta manera, tendemos a vivir la vida de una manera superficial sin tomarnos el tiempo de encontrar una buena solución o de entablar un diálogo sincero con nosotros mismos. Las dificultades más profundas permanecen escondidas al interior.
Me muevo de una escena a otra: comer, ver la tele, estudiar, ir al trabajo, casarme, cambiar de empleo, comprar un auto o una casa, etc., sin hacer una pausa. Todo esto es parte de la vida, pero si las hago mi mundo y mi soporte, es como si patinara en la superficie de la vida sin ser tocado en lo más mínimo.
Así como pasa el tiempo, la superficialidad se desarrolla. Entonces el sentimiento crece en el interior: “debe haber en la vida algo más que ésto”. Luego, encuentro que mis relaciones no funcionan de la manera en la que espero y por ende les falta profundidad.

Comentarios
Publicar un comentario