A medida que creamos muchas nuevas relaciones en la vida, les damos a ciertas personas acceso a nuestro mundo interior de emociones al compartir con ellas nuestros pensamientos y sentimientos más profundos. Cuando también nos corresponden y comparten su mundo interior, atesoramos la relación. Se empieza a construir una conexión significativa.
Pero a medida que pasa el tiempo, el amor se mezcla con el apego. El apego es una emoción inquietante: puede ser una fuente de gran felicidad, pero también puede crear heridas profundas. El amor puro significa incluir a la otra persona para traer alegría a ambos .
Cuando hay amor, cuidamos bien a las personas, les damos el espacio que necesitan y no tememos perderlas. Pero cuando hay apego, la relación se vuelve exclusiva o egocéntrica : cada vez que se enfadan, creamos dolor. Cuando su comportamiento cambia, creamos dolor. Cuando tememos perderlos, creamos dolor. Y creemos: los amo, pero me lastiman .
El amor no puede hacer daño y las personas no pueden hacer daño. Nuestro apego en nombre del amor hacia ellos crea nuestro dolor.
El amor por cualquier persona (padre, cónyuge, hijo, hermano o amigo) es un espacio en el que nos movemos. Es necesario tener conciencia de que ese amor, ese cuidado y esa cercanía nos acercan al dolor cuando hay apego.
Cuando dejamos de identificarnos con las etiquetas de las relaciones y vemos a todos como almas puras, experimentamos el amor sin apego. Examinemos sutilmente nuestras relaciones cercanas para comprobar si las amamos o si nos hemos apegado emocionalmente a ellas.
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