Durante este aislamiento social, he
tenido un tiempo en casa muy feliz y productivo, al mantener mi mente sana, mi
corazón limpio y también el cuerpo saludable. En ocasiones, he tenido la
sensación de estar experimentando un acoso informativo, a través de mi único
medio de conexión con el exterior: el celular.
Parecería como si todos aquellos
en aislamiento social de repente encontraron en la virtualidad su forma de
salir para entrar indiscriminadamente al mayor número posible de casas y
conectar con muchos otros allá afuera.
Parecería como si estar en casa fuera
sinónimo de algo no natural, incorrecto, incómodo, que debe ser superado lo más
pronto posible y con el mayor número posible de entretenciones externas a la
distancia de tan sólo un click.
Y distancia fue lo que necesité
para resignificar la compañía, la cercanía, los encuentros, la amistad, el amor,
el hogar. Y sólo bastó hacer un click en mi conciencia para verdaderamente elegir
quedarme en casa: reorganicé mi agenda diaria y aparté momentos específicos
durante el día, para dejar de hacer y sentarme a ser.
En otras palabras, luego de estar
inmersa en las responsabilidades, las acciones, las interacciones, me di pausas
a horas específicas del día para reconectar conmigo misma, para darme cuenta
acerca de lo que había estado pensado, las actitudes que estaba teniendo y la
intención que motivaba cada una de las decisiones y acciones que había estado
realizando; hice estas pausas todos los días para volver adentro, volver a mí
misma, a mi centro, a mi esencia; con alegría, con atención plena, con amor
puro y valentía.
Sigo haciendo estas pausas para darme cuenta del
desperdicio y de la negatividad que he
acumulado en mi mente y en mi corazón; seguiré haciendo estas pausas para
contar mi fortuna: estos regalos del tiempo y la distancia, entre muchos otros.
Continuaré haciendo estas pausas para afilar mis herramientas internas:
pensamientos, palabras y acciones, de ser comunes y ordinarios los voy tornando
elevados, divinos, especiales y únicos.
Y entre pausa y pausa, una gran
oportunidad de utilizar mis herramientas de la manera más digna y elevada; una
gran oportunidad para volverme una chica súper-poderosa!
Haciendo este ejercicio espiritual
diario, llegué al siguiente principio de mi decálogo:
MI DECÁLOGO DE PAZ Y FELICIDAD
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Desde la mañana hasta la noche, utilizo el poder de la transformación
en mis actividades
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Reviso
frecuentemente mis pensamientos y sentimientos, para identificar el
desperdicio generado por las quejas, negatividad, crítica, inseguridad,
miedo, comparación, culpa. Libero mi
mente cuando decido parar la producción de toda esa basura interna para darle espacio a la
apreciación, confianza, benevolencia, creatividad, compasión, auto-respeto.
Con estos pensamientos y sentimientos, mi mente se torna calmada, pacífica y
mi corazón está liviano y limpio. Con
una mente sana y un corazón limpio, no necesito cuidar mis acciones; ellas
naturalmente son correctas, precisas, elevadas. Entonces, ¿cómo no estar
feliz?
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¡Que tengas una semana llena del
poder de la transformación!
Por Dora Lucy Guarín
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