Por Elsa María Fríes.
Cuando el mundo está patas arriba, cuando tenemos conflictos entre las religiones, entre las razas, entre los países; cuando la ley no es justa, cuando los sistemas políticos y de gobierno no satisfacen las necesidades de los ciudadanos, cuando los sistemas socio-económicos hacen a la mayoría cada vez más y más pobre y a una minoría cada vez más rica, cuando la naturaleza presenta cada vez más turbulencias y caos, cuando todos en el planeta enfrentamos una pandemia, ¡es el tiempo de Dios!
Es el tiempo en que los seres humanos estamos en tal debilidad
espiritual que hemos traído al mundo a esta situación caótica, por ello es el
tiempo de voltear nuestra cara hacia Dios, de entender que este tiempo es el
momento en que Dios benefactor, incorporal, eterno, la Luz Suprema, viene al
mundo terrenal para iluminarnos, para recrear al mundo a su propia imagen, y
para darnos el poder espiritual que hemos perdido. Estamos en un
momento del evento más significativo del mundo, anunciado por las religiones.
Así que es tiempo de elevar nuestra conciencia material a una conciencia
espiritual, entendiendo que el estado del alma es el que determina el estado
del cuerpo y de toda la materia que nos rodea, es tiempo de abstenernos de
vicios como la ira, la lujuria, la avaricia, el ego, los apegos…, es tiempo de
hacer esfuerzos intensos por cultivar las virtudes para hacernos verdaderos
hijos de Dios, practicantes de su ley espiritual en todas y cada una de las
cosas de nuestra cotidianidad, es tiempo de armonizarnos internamente haciendo
que lo que pensemos sea igual a lo que digamos y a lo que hagamos.
Es tiempo de incrementar nuestra conciencia de lo divino de cada ser
humano, aprendiendo a pensar positivamente y manteniendo esa pureza de pensamiento
en nuestras palabras y acciones a lo largo del día entero.
En definitiva, es
tiempo de desarrollar el potencial del ser interior, del alma, del yo, al punto
que nuestras acciones hacia nosotros mismos, hacia los demás y hacia la
naturaleza sean acciones benefactoras que nos conviertan en ayudantes de Dios
para la transformación de este viejo mundo en un nuevo mundo de paz,
prosperidad y felicidad sin límites.
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