Por: Dora Lucy Guarín
Volver a mirar la casa y sus oficios varios, ha sido uno de los movimientos obligados de esta cuarentena, no sólo para los ojos sino también para los brazos, las manos, las piernas, la espalda y el cuello! Barrer disciplinadamente, trapear entusiasmada, limpiar las ventanas con alegría, lavar los baños a profundidad y cocinar con mucho amor, se han posicionado como el ejercicio ideal de estos tiempos, para mantener la salud física, mental y financiera de muchas familias, incluida la mía.
Con trabajo, tele-trabajo o sin
trabajo, visitar la cocina es de aquellas tareas que más ejercicio permite: abrir
un cajón, revisar la nevera o comer
algún antojo, definitivamente incrementan nuestras posibilidades de “pausas
activas” en las que muchos músculos se activan, por ejemplo… los abdominales! Personalmente,
los que más quise ejercitar, fueron los bíceps y el de mi conciencia elevada; y
para ello, la cocina fue un excelente gimnasio-laboratorio.
Usando gorro, tapabocas, guantes
y delantal, entré semanalmente a la cocina a desplegar todo mi entusiasmo, amor
y creatividad para preparar algunas tortas para compartir. Pero eso sí, antes de poner las manos en la masa, preparaba
mis pensamientos y sentimientos para sintonizarlos con la emisora del dulce silencio, aquella que me
posicionaba en la dicha de saberme el ser de energía, la luz espiritual pura,
pacífica y amorosa; y me alistaba para conducir este cuerpo a preparar una receta.
Luego, mientras mezclaba los ingredientes con esmero, en un ejercicio de ningún
desperdicio y máximo rendimiento, le añadía el “toque secreto” de la dicha que burbujeaba
en mi interior. Después, con concentración completa y el horno pre-calentado, mis
buenos deseos y sentimientos puros sumados a la mezcla de la masa, crecieron
exquisita y abundantemente. Pero antes
de pensar siquiera en poner los dientes en la torta, siempre la pongo primero en un plato especial que llevo a la mesita
del cuarto de meditación; ahí nuevamente posicionada en mi identidad
espiritual, recuerdo a Dios, traigo Su energía a mi mente, a mi presente… Lo hago
mi invitado especial y es El primero en probar la fragancia con la que preparo todo
alimento! Además, cualquier sutil avaricia por la comida, o ego por las apreciaciones
de quienes la prueban, queda disuelto en el deseo puro hecho realidad, de hacer
a Dios mi Compañero permanente en la mesa, en la cocina, en la casa y sus
oficios varios… mejor dicho, en mi vida!
Así llegué al séptimo principio:
MI DECÁLOGO
DE PAZ Y FELICIDAD |
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Realizo cada tarea
manteniendo a Dios como mi Compañero permanente. |
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La compañía que
mantienes te colorea. Yo elijo la mejor y más elevada de todas las compañías:
la de Dios; porque mi meta es volverme la mejor versión de mi misma, un ser
humano muy elevado, encantador, valioso, amoroso, donador de paz y felicidad
para el mundo! Y esto sólo es posible si lleno cada actitud, pensamiento,
palabra y acción de la energía de Dios: Él en mi mente y en mi corazón! |
Dos ejercicios para practicar:
1
2.
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