Por Carmen Alicia Fríes
A muchos de
nosotros nos gusta observar los jardines de las casas, de los parques y los
lugares históricos cuando salimos a caminar. Unos son diseñados y ordenados,
otros con una variedad de plantas sin líneas demarcadas ni combinación de los
colores, donde se nota el cariño de quien lo mantiene.
Recuerdo esos antejardines
de las casas grandes, donde se veían rosales de solo dos o tres colores y las
bardas cubiertas por una especie de rosal enmarañado, lleno de espinas, pero
con unas florecillas pequeñitas, rosadas, delicadas, que parecían hechas de
azúcar y que te hacían olvidar las espinas. Y además de las rosas bellas y fragantes,
había clavellinas y margaritas sencillas, y anturios y agapantos grandes y
particulares y las frondosas hortensias... en fin toda una variedad.
De igual forma
somos los seres humanos, tan variados como las flores. Con distintos colores de
piel, ojos y cabello, altos y bajos, corpulentos y delgados. Todo visto con los
ojos físicos.
Usando el
llamado tercer ojo, que es el ojo de la conciencia espiritual, con el que la
mirada se amplía, lo que vemos es bien distinto. Percibimos la fragancia de una
actitud, la forma suave de una vibración de energía positiva creada por un
pensamiento generoso y también las espinas de los celos, la envidia, la
arrogancia, la falsedad y la murmuración.
En las plantas
las espinas se crean de partes del tallo que no se desarrollaron, esas son
pequeñas y delgadas, las otras las creadas para la defensa son gruesas y
fuertes. Esas espinas siempre serán espinas, en cambio en nosotros existe la
posibilidad de cambiar de una espina en una flor.
Cada pensamiento
es nuestra creación, es la semilla que sembramos en la mente, lo nutrimos con
un segundo pensamiento y con la acción correspondiente, lo vamos abonando con
las sensaciones y emociones hasta que se convierte en una flor o una espina, y
eso se refleja en nuestra personalidad y vamos por el mundo pinchando o dando
felicidad a unos y otros. Y como de lo que das recibes, cada vez que “pinchas”
con un comentario mal intencionado sobre alguien, o la simple repetición de lo
que escuchaste, los demás te verán cada
vez más como esa espina gruesa que causa dolor y recibirás un pinchazo de una u
otra manera.
Algunas flores
son bellas por su forma, otras por sus
colores, otras por su fragancia, a otras se las admira por su singularidad,
entonces, cuando asumes, de manera consciente tu forma de flor, la que sea la
tuya, no una impostura para agradar, sino la genuina con la honestidad de ‘este
soy yo’, ya sea la fragancia o el color o la forma de tus cualidades, con el
uso consciente de cada una de ellas y al reconocer y aceptar cuáles son las
espinas que tienes por eliminar, y empiezas a trabajar en esto, pronto verás
que bien se siente ser parte del jardín completo, aceptando la forma, el color,
la fragancia de los demás.
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