Por Carmen Alicia Fríes
Todos los días y a cada instante estamos tomando decisiones. Algunas son rutinarias:
¿desayuno café y tostadas o cereal? Otras son de respuesta inmediata, ¿voy o no
voy? Otras son decisiones que pueden marcar tu vida, como cuando piensas en tu
futuro profesional o laboral, familiar, etc. y otras son las que otros toman
por nosotros.
Lo primero que debemos tener en cuenta al tomar una decisión, es no dejarse
influir por conocimientos, creencias, costumbres o valores aprendidos o
heredados, eso puede resultar más en una carga. Cuántas veces hemos tomado el
camino fácil con base en esas creencias o aprendizajes heredados que, a ellos
les sirvieron, pero para el momento tuyo no son. No se trata de simplemente
abandonar tus raíces o tu cultura, es detenerse un momento y evaluar, ver más
allá del hoy y tener fe en tus capacidades, no dejarse influir por opiniones de
otros, del ¿qué harían los demás?
Como siempre, existen modelos que nos pueden inspirar y todos sabemos que
es más fácil copiar pero, ¿no crees que es mejor ser quien crea en lugar de
esperar la creación de otro para copiarla o seguirlo como un borrego?
Generalmente el miedo al cambio es lo que nos detiene para arriesgarnos al
tomar una decisión. Y si lo que
decidiste no fue lo más acertado, no importa ya te demostraste que tienes el
valor de hacerlo, continúa que las próximas serán más certeras.
Hoy día hay tantas ofertas para cada instante de la vida, yo debo ver la necesidad de eso en mi vida. El sentido de lo oportuno, así evitaré arrepentimientos futuros. Una buena táctica es preguntarse ¿por qué he decidido o por qué estoy decidiendo? Así tendrás la oportunidad de escuchar esa voz interior, la que te hace pensarlo dos veces y no lanzarte sin mirar el antes, qué me trajo a ésta situación, el ahora, y el después, sus consecuencias.
Si lo que estoy decidiendo va a afectar mi vida futura, si ya tengo un
objetivo concreto y fe en ese objetivo, entonces lo mejor es centrar mi
energía, mi fuerza de voluntad ante los obstáculos, mantenerme firme en el
compromiso adquirido y avanzar con determinación. No temer asumir responsabilidades a la hora de tomar
esas decisiones. Además llenarme de valor, escuchar mi percepción, qué mueve mi
voluntad y qué crea resistencia en mí. Pues dudar es falta de fortaleza.
Por último, las decisiones que otros toman por mí, esas de los
legisladores, gobernantes, jefes y personas a cargo de grupos. Es muy difícil
que todos estemos de acuerdo con una decisión, habrá uno que otro que se sienta
descontento o contrariado. Para
fortalecer mi fuerza interior lo mejor es alejarme de la auto-compasión, de
sentirme estafado o explotado cuando no comparto esas decisiones, quejarse nos estanca, no
cambiamos, nos desgasta, eso muestra que nos falta respeto por nosotros y que
hay que aumentar nuestra motivación por ser y sentir lo que soy a pesar de los
desacuerdos.
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