Por Maureen McCaldin - UK
La conciencia espiritual nos permite tomar distancia de cualquier situación y no quedar atrapados en ideas temporales de modelos de perfección, es decir, una imagen de lo que el ego quisiera que fuéramos. Algunos ejemplos podrían incluir un modelo en nuestra mente de cómo debería ser un estudiante perfecto, una enfermera perfecta o una madre perfecta. El ego entonces intenta hacer que vivamos a la altura de esa imagen, pero vivir a la altura de una imagen no es auténtico. Es solo otro modelo.
No es auténtico porque, para crear ese modelo, nuestra mente egoica nos compara con otras personas. Cada persona es única, por lo que las comparaciones no son auténticas en sí mismas. Este comportamiento irreal se ve agravado por el ego que nos convence de que debemos cumplir con ese modelo. El ego está obsesionado con la aprobación y busca sentirse digno, por lo que ve el hecho de ser el modelo perfecto como una oportunidad para recibir elogios y respeto.
El ego también impone estos modelos a los demás y formula juicios y críticas si no alcanzan ese estándar imposible. El ego se siente entonces superior. ¿Por qué imposible? No podemos controlar las circunstancias de los acontecimientos cotidianos que suceden a nuestro alrededor ni tampoco podemos controlar a otras personas.
Vivimos en una cultura de culpabilización, de modo que si no alcanzamos la perfección, el ego encontrará buenas excusas, pero las llamará “razones”. Probablemente todos hayamos culpado al tráfico si llegamos tarde a una cita.
Es útil entender que existen dos principios de supervivencia para el ego. En primer lugar, como no es real y no puede sostenerse desde dentro, la retroalimentación de otras personas se vuelve importante. Pasamos mucho tiempo y esfuerzo buscando la aprobación o la atención de los demás. Esta dependencia es destructiva para nuestro bienestar general porque es constante. Me estreso al tratar de estar a la altura de las expectativas del ego. ¡Debo ser la madre/el padre perfecto, etc.!
n segundo lugar, el ego necesita convencernos de que es real. Para ello, genera sentimientos a partir de situaciones que surgen en nuestra vida y a través de nuestras interacciones con otras personas, independientemente de si los sentimientos son positivos o negativos. El ego no tiene ningún respeto por su anfitrión y generará alegremente fuertes sentimientos negativos que causan dolor, porque el dolor puede generar una energía poderosa. Si permitimos que el yo se enoje, por ejemplo, esa es una energía negativa muy poderosa, pero la experiencia parece real y, por lo tanto, nuestra identidad egoica se siente real.
De hecho, para el ego, estos modelos de perfección presentan situaciones en las que todos ganan. Si nos va bien, el ego sacará fuerza de nuestro éxito y, si no nos va bien, sacará fuerza de nuestra desdicha.
Cuando dejamos de depender de fuentes externas de valor y utilizamos nuestro propio criterio interno de “lo mejor de nosotros mismos”, obtenemos una autoaprobación que se manifiesta en forma de autoestima y debilita el ego. Nuestro objetivo surgirá de nuestra propia sabiduría basada en nuestros propios valores. El respeto por nosotros mismos surgirá de nuestra honestidad e integridad. Entonces viviremos desde nuestro propio mundo interior, que no depende del apoyo externo y, por lo tanto, es una vida auténtica. Surgirá del verdadero yo, no del ego. Necesitamos mantener esta conciencia despierta para ser auténticos, porque la identidad del ego se ha convertido en nuestro modo predeterminado y se apoderará de nosotros si no le prestamos atención constante.
Nuestro trabajo espiritual se basa en la realidad de quienes somos, los seres pacíficos, amorosos, sabios y felices que no necesitamos apoyo externo para saberlo y serlo. Entonces viviremos auténticamente porque viviremos desde la verdad de quienes realmente somos.
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