¿Por qué viene la ira?
Sólo sabrás
exactamente dónde y por qué creas la ira cuando aprendas a ser más consciente
de lo que ocurre en tu interior a través de la introspección.
Esta emoción surge
siempre al agitarse la mente y aparece porque el mundo que te rodea no baila al
compás de tu música. Te enojas porque la idea que te habías hecho de como las
cosas debían ser, de cómo la gente debía comportarse y de cómo las situaciones
iban a desarrollarse, no cuadra con la realidad. La ira surge cuando
interiormente no eres lo bastante flexible como para aceptar que la realidad exterior va a ser siempre distinta
de lo que creías, esperabas y deseabas.
De hecho, tu ira es el signo de que, aunque estés intentando controlar a los
demás y las situaciones de la vida, no lo estás consiguiendo. Aún no has
comprendido que no puedes controlar a las personas ni a los acontecimientos. El
mundo no está concebido para bailar al ritmo de tu banda de swing. Por eso nos
referimos a la ira como un momento de insensatez. ¡Cuando la experimentas estás
clínicamente enloquecido! ¿Por qué? Por tres razones. Haz perdido el control,
ya que las emociones te dominan. No puedes pensar con claridad, porque las
emociones te nublan la mente. Y estás intentando (aunque por supuesto
fracases), hacer lo imposible, que es cambiar lo que no se puede cambiar: el
pasado y a los demás.
“Puesto que las
guerras nacen en la mente de los hombres…” es una reconocida idea que se ha
citado a menudo en la introducción de la constitución de la UNESCO. No son los
rifles ni las emociones las que matan apretando el gatillo. La ira es la
asesina. En cualquier momento que adviertas que te sientes irritado, frustrado
o furioso, mantente atento y verás que estás entablando una batalla en uno de
estos tres frentes: con el pasado, con otra persona o contigo mismo.
Tienes una guerra
con el pasado ya que estás intentando cambiarlo, lo cual es imposible pero en
ese momento es como si creyeras que puedes hacerlo. En algún momento y lugar de
tu pasado has adquirido y asimilado la idea de que el mundo, incluidas las
otras personas, deben hacer exactamente lo que desees que hagan o lo que crees
que deben hacer.
Estás en guerra con
otra persona porque te ha hecho algo que juzgas como incorrecto y tu ira es un
intento de hacer que cambie o de vengarte de ella. Quizás aún no has
comprendido que es imposible controlar a los demás y hacer que cambien. El
hábito de la ira está tan arraigado en ti, que esta verdad, que es evidente,
aún no ha destruido la raíz de la ilusión que albergas acerca de que esta emoción
es buena. Ni siquiera los peores dictadores de la historia han podido controlar
a los demás. Pueden ser influidos pero no controlados. La gente siempre toma
sus propias decisiones y controla sus propias acciones. El ejemplo de Nelson
Mandela nos demuestra lo anterior. Aunque controlaran el lugar donde estaba su
cuerpo, no pudieron controlar su estado mental y por eso él pudo dejar atrás
todo sin cargar con semejante experiencia tan fuerte, sin sentir ningún deseo
de venganza en su corazón ni enturbiar su mirada. Ten en cuenta cómo esta sola
cualidad, la capacidad de perdonar a los demás, prácticamente le calificó para
ser, de hecho un líder en el mundo. Es como si todos reconociéramos
intuitivamente que aquel que se ha liberado de todo el odio y ha abandonado
cualquier pensamiento de venganza, se ha ganado nuestro más profundo respeto y
admiración, y lo hacemos patente colocándole la insignia que atestigua que es
una gran persona.
Estás en guerra
contigo mismo porque no consigues que el mundo baile al son de tu tambor o
crees que no has estado a la altura de las circunstancias. ¿Te has sentado
alguna vez en la mesa de un restaurante esperando que te sirvieran sólo para
descubrir cuarenta minutos más tarde que se habían olvidado de ti? Entonces te
enojas, ¿pero con quién? Primero con el camarero, y luego contigo mismo por no
habérselo recordado a los quince minutos. Pero ten en cuenta que aquí hay dos
errores. El primero es no habérselo recordado antes. Y el segundo, haber
perdido el control. Aunque no lo admitas, en tu interior sabes que cometiste un
error y empiezas a castigarte a ti mismo. Tu vieja forma de pensar y sentir se
parece a: cometer un error es perder, perder es sentirse triste, sentirse
triste lleva al enojo; como buscas una causa externa de tu tristeza, que en
este caso es al principio el camarero, demuestras a los demás que tienes todo
el derecho a enojarte con él. Pero en el fondo sabes que eres tú el causante de
tu tristeza. Así que te enojas contigo mismo…por segunda vez… la primera, por haber
esperado inútilmente cuarenta minutos (que podrían haber sido cinco si le
hubieras dicho algo al camarero). Y la segunda, por haber perdido el control.
Pero al cabo de un rato, no puedes soportar reconocerlo y encuentras de nuevo a
alguien en quien proyectar tu rabia. Le envías un paquete algo así como: “Estoy
enojado contigo”. Al hacerlo te da la sensación de que estás mejor pero es un
engaño porque es sólo un estado pasajero y las consecuencias de esos estados de
ira serán experimentadas en lo sucesivo de muchas diferentes formas de dolor
que ni imaginas, y que no te das cuenta que son
secuelas de la ira.
Ahora puedes
reflexionar y darte cuenta: “¿Qué es lo que estoy intentando hacer?” Respuesta.
Estoy intentando controlar lo que no se puede controlar (el pasado y a los
demás). ¿Quién es el que más está sufriendo? Respuesta: ¡Yo! Y si te enojas contigo mismo por lo que
consideras un fracaso, repítete esta frase: “El fracaso no existe sólo es un
resultado distinto del yo esperaba”. Y si insistes en seguir enojado,
pregúntate: “¿Cuánto tiempo va a durar mi enojo?”, y te sorprenderás al ver lo
rápido que se esfuma
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