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Micro-relatos de vida y muerte - Serie 2: Conjugando el verbo morir: Derribando lo impersonal cuando él/ella muere…

Cuando aprendí en la escuela la conjugación de los verbos, me enseñaron que el uso de la tercera persona servía para hacer una referencia impersonal; hoy, mientras conjugaba el verbo MORIR así: “él muere” … “ella muere” aparte de “impersonal” me sonó bastante frío y distante, como a quien poco le importa, o no le atañe… y con esto no quiero decir que, ante la muerte del otro, yo tenga que descomponerme, derribarme emocionalmente o algo parecido… No. Lo que quiero decir, es que quizás esa forma impersonal, ayudó a reforzar la idea errónea de que “hablar de la muerte es de mal augurio, o es tener modales impertinentes”. Nacer y morir son dos actos tan naturales y comunes en la obra de la vida de todo ser humano; que hablar sobre ellos también podría ser un ejercicio natural y común. Sin embargo, solemos evadir, evitar o posponer el hablar sobre el morir y en cambio conversamos con tranquilidad, esperanza y alegría del nacer.

Cuando era pequeña, escuchaba que la gente moría de vieja, o lo que es lo mismo: de muerte natural. Y cuando los adultos hablaban del nacimiento de un niño, mencionaban anécdotas del parto. Así, crecí con la natural certeza de que uno moría de viejo y los hijos sólo nacían por parto. Simple y sencillo… pero la cuestión se complicó, no supe a qué hora ni cómo pasó; de repente aparecieron muchas formas de nacer y de morir, al punto que hoy, es raro escuchar que alguien murió de muerte natural o que un niño nació por parto natural.
 
Así como para nacer, los padres y familiares de la criatura tienen tantas conversaciones previas a su llegada, sobre nombre, forma, recibimiento, expectativas; realizan cambios en la casa, alistan compras necesarias, etc.; así también podríamos darnos la oportunidad de abrir nuestras conversaciones cotidianas con padres, familiares y amigos acerca de nuestra partida, conversaciones abiertas, reflexivas, pragmáticas y claras sobre los asuntos tanto materiales como espirituales que deben ser resueltos al momento de dejar el cuerpo (morir). Y así, es mucho más probable que el último suspiro y la última voluntad del difunto realmente sean suyos y no de los vivos que tomaron tales decisiones…
 
Puedo entender que, con tantas y tan complicadas posibilidades de morir, hablar sobre el tema puede resultar confuso, incierto, y hasta poco motivante; puede parecer que a los únicos que les resulte auspicioso hablar sobre la muerte sea a las compañías de seguros o de servicios funerarios… Pero encuentro que cuando hemos hechos todas esas previsiones de los asuntos “materiales” que implican el morir, con certeza quedamos con el espacio, el tiempo y la energía para dedicarnos a los asuntos espirituales, para acompañar o ser acompañado, en tan importante suceso de la existencia como lo es este de dejar el cuerpo. Tanto al nacer como al morir, el alma requiere de total concentración y toda su energía está puesta en ello... es un ejercicio de vida muy personal, íntimo, intransferible y esencial; y quienes estamos alrededor, sólo podemos acompañar y dar nuestros mejores sentimientos, nuestros más puros deseos para el que llega, o, para el que se va. Simple y sencillo.

Y a propósito, ¿Cómo te gustaría ser recordado cuando mueras? Te invito a realizar juntos esa exploración a través de este ejercicio meditativo en el video.


Por: Dora Lucy Guarín

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