Por Lucía Muriel
Es muy común confundir el apego con amor, “Cómo no voy a tener apego a mi hijo si...”- se suele decir-. La verdad es que, por causa de él, se termina infringiendo mucho dolor a aquellos que se dice amar, y a sí mismo, porque es el causante de celos, sentimientos de posesividad hacia otros, preocupaciones, estrés y un largo etc. Ciertamente el apego no ayuda mucho a mantener buenas relaciones con los demás, pero va debilitando el poder interno para aceptar y aceptarse, siendo una de las más importantes razones para perder la calma y bienestar.
Es necesario
reconocer el potencial espiritual existente en todos y de esa forma desarrollar
la capacidad de amar verdaderamente, permitiendo que los demás puedan sentirse
libres sin la dependencia a la cual los hemos sometido por causa del apego.
Esto significa que el amor es algo diferente. El amor respeta, al tiempo que
reconoce los límites hasta donde pueden llegar los otros, y sus propios
límites; el amor da desde las necesidades del otro, pero sin perderse a sí
mismo, escucha atentamente antes de emitir un juicio; el amor verdadero es
compartir, no invadir, es aceptar con tolerancia que todos somos diferentes lo
cual trae belleza a la vida, no conflicto; amar no significa perder
autor respeto, sino fortalecerlo en base al respeto hacia los otros. Esto
es posible sólo si realizamos el viaje interior que nos lleva de vuelta a
nuestra esencia verdadera.
La espiritualidad nos
permite reconocer las cualidades intrínsecas eternas que existen en todos. La
paz, el amor, la felicidad, no solamente son cualidades propias y eternas, sino
que, al ejercitarlas, por medio de la meditación, comienzan a manifestarse de
forma natural en nuestras vidas, fortaleciéndonos para mejorar la convivencia
con los demás.
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