Por Dora Lucy Guarín
A medida que fuimos conociendo el virulento personaje y experimentando
su impacto en nuestras vidas, hoy hemos entendido que el coronavirus llegó para
ser parte de nuestra cotidianidad y de
nuestra historia personal y colectiva; llegó para hacernos redefinir
prioridades, hábitos, valores y quizás formas de ver y de asumir la vida.
Por mi parte, el coronavirus llegó y me dejó sin trabajo; y sin tiempo
–ni interés- por lamentarme, porque apenas salí de un trabajo por horas, sin
darme cuenta entré a uno de tiempo completo; dejé de ser mi propio jefe y pasé
a funcionar, literalmente de día y de noche, bajo las orientaciones del Jefe de
jefes. Lo que creí sería un tiempo relajado, se tornó un océano ilimitado de
acciones de bondad y de fortuna.
A las profundidades de ese océano, llegué buceando a través del tiempo
en confinamiento; esa profundidad en la que no hay nadie más sino tú mismo, y
ya no hay más oportunidad de auto-engaño ni continuidad de las mentiras que
hábilmente se disfrazan de verdad. Y en las horas tempranas de la mañana,
contemplando desde mi ventana el cielo ilimitado volverse uno con el limitado
río, (no es poesía, es realidad: vivo a orillas del río Magdalena), la magia
sucedió: vi lo invisible, pensé lo impensable, renombré lo innombrable, hice
fácil lo difícil y posible lo imposible… incluso mis viejos paradigmas los
lancé por la ventana (quizás porque fue el único lugar a donde pude asomar la
nariz durante meses). Pude darme cuenta cómo aquello que parece ser, no es; y
aquello que creía no iba a ser, fue; pude darme cuenta que las grandes cosas
terminan siendo pequeñas, y las pequeñas cosas terminan siendo grandes… todo en
el reducido espacio de 3 paredes y una ventana; todo en la amplitud y
profundidad de mi ser interior.
Fue así como el confinamiento me otorgó el poder de darme cuenta: amplió mi capacidad de observarme y
encontrarme; encontrarme y asumirme; asumirme con responsabilidad de los
hallazgos, asumirme con madurez para gestionarlos; asumirme con amor por el
presente; asumirme con entusiasmo por lo venidero… y como si fuera “oferta de
quincena”, o mejor “obsequio de cuarentena” resulté con el “pague 1, lleve 2”: pagué
la cuarentena (claro, multiplicadax3) y me quedé con: el poder de darme cuenta más el poder
de la transformación! porque ante los
hallazgos, inmediatamente avancé a hacer lo que sentí necesario hacer;
me enfoqué en resolver sin dudar, con un corazón limpio y honesto; cada
respiración, cada segundo, cada pensamiento, cada decisión y cada acción fueron
hechos bajo la guía de La Luz de la Verdad, y a la velocidad de un pensamiento
puro y determinado: ¡ahora o nunca!
Además de darse cuenta, saber qué hacer y hacerlo en el momento preciso y de la manera correcta, es poder. Con esta claridad, llegué al décimo principio de este decálogo y a la última entrega de estas dosis de sabiduría. De antemano, gracias por dejarme entrar a tu casa y compartir. ¡Me dejo invitar al café y la galletita, ya sabes, en la nueva normalidad se aceptan domicilios!
MI DECÁLOGO
DE PAZ Y FELICIDAD |
|
|
|
Todo empieza en mí y todo termina en mí |
|
Como alma,
soy viajera eterna. Aunque
comparta el viaje y las estaciones con muchos otros, las
experiencias y las memorias del viaje, son sólo mías … Cualquier
problema o maravillosa experiencia en el camino, empezaron en mi conciencia,
en mi actitud, en mis palabras. Cualquier error
o desacierto empezaron en mi conciencia, en mi actitud, en mis palabras; todo enredo
y toda solución, acierto o fortuna también empezaron en mi conciencia, mi
actitud, mis palabras, mi comportamiento. Cuando
recuerdo que todo empieza y termina en mí, y no en otros, activo mi
poder interior y le digo adiós a la debilidad; desactivo
el poder sobre mí que le entregué a otros; reactivo mi
fortaleza interior y mi capacidad como alma! ¡Despierto
mi poder espiritual; descanso en paz y soy feliz! ¡Estoy viva! |
Comentarios
Publicar un comentario