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Pequeñas dosis de sabiduría para grandes momentos de insensatez. Semana 11

 Por Dora Lucy Guarín 

A medida que fuimos conociendo el virulento personaje y experimentando su impacto en nuestras vidas, hoy hemos entendido que el coronavirus llegó para ser parte de nuestra cotidianidad  y de nuestra historia personal y colectiva; llegó para hacernos redefinir prioridades, hábitos, valores y quizás formas de ver y de asumir la vida. 

Por mi parte, el coronavirus llegó y me dejó sin trabajo; y sin tiempo –ni interés- por lamentarme, porque apenas salí de un trabajo por horas, sin darme cuenta entré a uno de tiempo completo; dejé de ser mi propio jefe y pasé a funcionar, literalmente de día y de noche, bajo las orientaciones del Jefe de jefes. Lo que creí sería un tiempo relajado, se tornó un océano ilimitado de acciones de bondad y de fortuna.

A las profundidades de ese océano, llegué buceando a través del tiempo en confinamiento; esa profundidad en la que no hay nadie más sino tú mismo, y ya no hay más oportunidad de auto-engaño ni continuidad de las mentiras que hábilmente se disfrazan de verdad. Y en las horas tempranas de la mañana, contemplando desde mi ventana el cielo ilimitado volverse uno con el limitado río, (no es poesía, es realidad: vivo a orillas del río Magdalena), la magia sucedió: vi lo invisible, pensé lo impensable, renombré lo innombrable, hice fácil lo difícil y posible lo imposible… incluso mis viejos paradigmas los lancé por la ventana (quizás porque fue el único lugar a donde pude asomar la nariz durante meses). Pude darme cuenta cómo aquello que parece ser, no es; y aquello que creía no iba a ser, fue; pude darme cuenta que las grandes cosas terminan siendo pequeñas, y las pequeñas cosas terminan siendo grandes… todo en el reducido espacio de 3 paredes y una ventana; todo en la amplitud y profundidad de mi ser interior.

Fue así como el confinamiento me otorgó el poder de darme cuenta: amplió mi capacidad de observarme y encontrarme; encontrarme y asumirme; asumirme con responsabilidad de los hallazgos, asumirme con madurez para gestionarlos; asumirme con amor por el presente; asumirme con entusiasmo por lo venidero… y como si fuera “oferta de quincena”, o mejor “obsequio de cuarentena” resulté con el “pague 1, lleve 2”: pagué la cuarentena (claro, multiplicadax3) y me quedé con: el poder de darme cuenta más el poder de la transformación! porque ante los  hallazgos, inmediatamente avancé a hacer lo que sentí necesario hacer; me enfoqué en resolver sin dudar, con un corazón limpio y honesto; cada respiración, cada segundo, cada pensamiento, cada decisión y cada acción fueron hechos bajo la guía de La Luz de la Verdad, y a la velocidad de un pensamiento puro y determinado: ¡ahora o nunca!


Además de darse cuenta, saber qué hacer y hacerlo en el momento preciso y de la manera correcta, es poder. Con esta claridad, llegué al décimo principio de este decálogo y a la última entrega de estas dosis de sabiduría. De antemano, gracias por dejarme entrar a tu casa y compartir. ¡Me dejo invitar al café y la galletita, ya sabes, en la nueva normalidad se aceptan domicilios!


MI   DECÁLOGO  DE PAZ Y FELICIDAD

 

 

Todo empieza en mí y todo termina en mí

Como alma, soy viajera eterna.

Aunque comparta el viaje y las estaciones con muchos otros,

las experiencias y las memorias del viaje, son sólo mías …

Cualquier problema o maravillosa experiencia en el camino, empezaron en mi conciencia, en mi actitud, en mis palabras.

Cualquier error o desacierto empezaron en mi conciencia, en mi actitud, en mis palabras;

todo enredo y toda solución, acierto o fortuna también empezaron en mi conciencia, mi actitud, mis palabras, mi comportamiento.

Cuando recuerdo que todo empieza y termina en mí, y no en otros,

activo mi poder interior y le digo adiós a la debilidad;

desactivo el poder sobre mí que le entregué a otros;

reactivo mi fortaleza interior y mi capacidad como alma!

¡Despierto mi poder espiritual; descanso en paz y soy feliz! ¡Estoy viva!

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