Por Carmen Alicia Fríes
Hoy no, hoy no
quisiera levantarme… no quiero ni mover un dedo… pero ¿y los deberes que
tienes, quién los hará?
Entonces, con
gran esfuerzo, te sientas al borde de la cama, vuelves a cerrar los ojos, como
si con ello el mundo y todo lo que está en él desapareciera. Y al abrirlos,
todo sigue allí. Vuelves a cerrarlos para tomar aliento, tomas una profunda
inspiración, pero al soltar el aire, suena más al resuello de un toro que se
prepara a embestir que el respiro de un ser humano con virtudes y defectos que
vive un momento de desaliento.
La consecuencia
es un día con altibajos, con una actitud algunas veces negativa, otras a la
defensiva, de pronto reaccionando de malhumor o con apatía, la felicidad y la
paz son esquivas.
La buena noticia
es que esto puede cambiar, la pregunta que surge es: ¿De dónde voy a tomar
fuerza, entusiasmo o motivación?
Inicialmente hay
que entender que lo que tengo que hacer me corresponde a mí, que cada cual
tiene sus propias tareas; en segundo lugar, aceptarlo desde el corazón y a la
vez, entender y aceptar que en cualquier momento puedo sentirme desalentado. Lo
importante es no quedarse en el desaliento, mimándolo con una buena cobija y
los ojos cerrados al mundo, mucho menos alimentarlo quejándose de la vida que
te tocó vivir.
¡Cuidado! No
basta aceptar porque sí, eso es resignarse de una manera pasiva. Cuántas veces
hemos oído la famosa frase: “Si siempre haces lo mismo, no esperes resultados
diferentes”. Atacar desde la raíz es un buen método, si conoces la causa de
algo es más probable que logres transformarlo que cuando solo obras sobre el
resultado. Claro que temprano en la mañana no estás para analizarte.
Uno de los
remedios provisionales es volver a cerrar los ojos, centrarte en quien eres,
ver tus cualidades y habilidades, entrar en el silencio de las palabras,
acallar la mente y sentir la paz, la energía del amor que Dios, tus seres
queridos y muchos otros te envían a diario sin tú saberlo, en este estado
puedes ver con otros ojos el día que te espera, las posibilidades de
experimentar algo nuevo, de sentir la felicidad o el entusiasmo, etc.
Lo provisional
es eso, transitorio, no definitivo, así que te queda la tarea de la revisión
profunda de tu actitud frente al mundo y a tu propia vida. De tomar decisiones
y optar por nuevas formas de verlo todo. De llenarte de valor para asumir los
cambios y no volver a tener ese desaliento por “Oh Dios, un día más así…”
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