La semana pasada el huracán ETA golpeo a Nicaragua, Honduras y Guatemala, y dejó grandes daños.
En Honduras la parte más afectada fue el norte del país. El gran Valle de Sula quedó anegado, aún están contabilizando el saldo que va en 70 muertos, 200.000 familias afectadas, el 90 % de los cultivos perdidos, mucha infraestructura perdida o dañada, maquilas inundadas, empleos perdidos y el aeropuerto inutilizado.
La mayor parte de la ciudad
San Pedro Sula no sufrió daños y desde mi casa vi otro huracán, el de la
solidaridad de los hondureños, las redes sociales se llenaron de solicitudes de
ayuda, de informaciones de la situación y de ofertas de ayuda sin fin. Todo el
mundo se movió a ayudar en algo.
Así vi cómo se necesitaron
lanchas para rescatar a muchos de los techos, donde salvaron la vida, y
aparecieron las lanchas del hobby de unos y también las de los pescadores que
sumaron fuerzas al organismo que atiende contingencias en el país, y hubo
voluntarios en vehículos para transportar a los rescatados.
Iglesias, colegios,
universidades, centros comerciales y organizaciones empresariales organizaron
albergues y centros de acopio; la ciudadanía corrió a supermercados a comprar
para donar, los restaurantes ofrecieron sus cocinas y a sus cocineros para
preparar la comida donada y muchos distribuyeron las ayudas.
Otros levantaron información
de los albergues para circularla por redes sociales y buscar a los
desaparecidos; muchos estudiantes clasificaron las donaciones y otros muchos,
aún hoy, ayudan a limpiar las casas que quedaron llenas de lodo.
Muchos héroes en el cuerpo de
bomberos y en otras organizaciones de ayuda y también muchos actos heroicos de
jóvenes voluntarios, aunque algunos perdieron la vida en su solidaria gestión.
La cultura del voluntariado en
San Pedro Sula, que siempre vi con mucha admiración, dio grandes frutos y ETA
se convirtió en un huracán de solidaridad que hoy admiro mucho más y aplaudo
desde el corazón pues es ejemplo para el mundo.
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